Déjame decirte que en esta etapa complica de mi vida estoy aprendiendo a mirarme con más admiración y compasión.

He comenzado a entender que no todo lo que siento obtendrá una respuesta inmediata, que con solo sentir será suficiente para mí. He aprendido a hablar sin esperar u obtener algo a cambio, solo para sentirme libre. También a reconocer muchas cosas que algunas veces pasé por alto.

Hay cosas que duelen todavía, heridas de años o de hace poco, las acepto con mucho sentimiento ahora y ya no las ignoro. Las tomo como una oportunidad de transformar en arte escénico o algo en tinta y hoja.

Entonces, creo que estoy aprendiendo a no volver a tener miedo de decir lo que pienso o a lo que siento, que aunque no se sabe cómo será el resultado lo voy a tomar para convertirlo en inspiración para mi arte.

Mi soledad suele ser muy creativa, aunque a veces termina deslizándose hacia lo nostálgico. Lo que más disfruto es ese silencio que se siente casi mágico, como si el mundo se detuviera para dejarme sentir, observar y tomar ideas que después florecen. Para mí, la soledad es encantadora. Es un refugio, aunque a muchos les cueste entenderlo.

Lo que más me cuesta es cuando la soledad se transforma en ausencia, y lo nostálgico me atrapa. Cuando empiezo a pensar demasiado en algo no resuelto con alguien, y llega un punto donde no basta hablar conmigo misma. Entonces necesito soltarlo, antes de que me reviente en el pecho. Me cuesta cuando la soledad se vuelve solo una pila de recuerdos tristes.