Bienvenido a mi pequeño —y mágico— jardín. Tu descripción fue tentadoramente deliciosa; casi he podido sentir el aterciopelado sabor de la crema y la amargura característica (pero deliciosa) de la fresa.

Sin duda es una pregunta difícil, pues en realidad tendría dos compitiendo por el número uno en mi corazón. Uno de ellos sería el cheesecake, postre que considero casi un arte de preparar; su dulzura que no empalaga, su acidez, la suavidad con la que te envuelve… es el mejor de los sabores. Además de este sabor, admiro la precisión con la cual cada ingrediente debe ser agregado y mezclado para no opacarse entre sí y brindarme una experiencia especial.

El segundo —y que verdaderamente sería el número uno— sería la torta de chocolate de mi abuela. Tres capas de un bizcochuelo de chocolate; de relleno, una capa de mousse de frutilla y una de mousse sabor dulce de leche. Todo cubierto con una rústica decoración de chantilly de chocolate. Al igual que su decoración, es una torta así: rústica, sin ingredientes extravagantes ni medidas exactas. No obstante, es de las mejores que jamás he probado, y tal vez sea porque sus manos son mágicas, porque ella narra una historia familiar que se repite en cada festividad, o tal vez porque a través de cada bocado nos transmite su amor. Sea lo que sea, jamás he encontrado otra torta que sepa así: a hogar, a familia, a amor. Este, definitivamente, es mi postre favorito.