No hay impedimento, entonces. Espero verle rondando en mensajería, que su ansia no se disipe, ni se le deshaga la palabra antes de llegar.

Qué más quisiera yo.

Dama de intenciones nobles, no hay desdicha alguna en su propuesta, sino un gesto que honraría cualquier alma fatigada. Sin embargo, sería deshonesto no advertirle que mi tiempo —cada vez más escaso— se entrega a cuentagotas. Si su paciencia resiste días sin respuesta, entonces camine a mi lado —aunque sea entre prolongadas ausencias.

Lejano e imposible.

Me duele(s).

Me encuentro ocupado dando cumplimiento —con cierta obstinación y una pizca de ternura— a aquello que alguna vez soñé con los ojos bien abiertos, por lo que podría afirmar (sin incurrir en mentiras) que estoy bien, bastante. Sin embargo, su mensaje tan escueto como intempestivo ha sembrado en mí una bruma de incertidumbre. ¿Quién es usted y por qué aún conserva mi espectro en la memoria? ¿Qué circunstancia le hizo evocarme luego de tanto tiempo?

Sea quien sea, y más allá del misterio que ahora gravita entre líneas, le deseo buen ánimo igualmente, lucidez para atravesar los días y una cuota razonable de sosiego.

Reaparecer luego de tanto tiempo y leer este mensaje me ha sido enormemente grato. Sea quien haya sido, espero se encuentre bien.

Admito que yo a usted también.

Afortunadamente.

Mire usted lo que son las palabras cuando se enuncian con verdad: calientan un cuerpo que ya casi se da por extinto. Le confieso que no es frecuente hallar elogios que no se diluyan en el artificio; pero el suyo, mire, el suyo me ha dejado una marca que se siente más viva que otras. Seguiré entonces —con la arrogancia de un condenado que todavía cree en la redención— desfigurándome en belleza para usted, hasta que en algún lugar de su memoria quede grabado mi andar.