Mi infancia fue feliz hasta cierto punto. Como cualquier niña tuve momentos lindos, me reía, jugaba, disfrutaba de cosas simples. Pero también crecí con un miedo constante a ser excluida, a sentirme invisible por ser tan callada o introvertida. Eso me marcó bastante. Hoy en día, creo que eso me hizo más observadora, más cuidadosa con lo que digo y con las personas a mi alrededor. Me cuesta abrirme con facilidad, pero al mismo tiempo me ha enseñado a valorar los espacios seguros y las personas que me aceptan tal como soy. Me ha dejado una mirada más comprensiva hacia los demás, porque sé lo que es sentirse fuera de lugar.