Una buena taza de té. Un abrazo. Escuchar conversaciones ajenas que me hagan sonreír por lo comunes, lo mundanas, lo enternecedoras que son (los niños en su etapa de porqués y los padres/las madres que se las ingenian para responder a todo; las chicas que se ríen a todo volumen sin vergüenza; los chismes de las abuelas; los amigos que se reúnen como si no se hubieran visto en años). El clima; cuando está soleado y me paro cerca de la ventana para sentir ese calor abrasador. Los olores a los que estoy acostumbrado en casa (la hora de la comida, la madera fría, el perfume de mis sábanas, mis libros). Cuando la música que escucho va increíblemente bien con un momento equis del día. Y cuando me despierto pero no por la alarma.