Cuando no puedo dormir, pienso demasiado en lo que ya no existe. En lo que no dije. En las cosas que podrían haber sido y no fueron. Tengo esa mala costumbre de revisitar escenas antiguas como si pudiera, desde hoy, corregir lo que entonces no supe hacer bien. Divago. Me acuerdo de conversaciones mínimas, de gestos pequeños, de momentos en los que sentí algo que ahora me cuesta nombrar.

Le doy vueltas a vínculos que ya no están, y me pregunto si fui suficiente. Si me entendieron. Si fui justo. Si podría haber cuidado mejor. Y a veces me invento versiones alternas de mi vida. Una en la que me atreví. Otra en la que no me fui. Otra en la que alguien se quedó.