Indudablemente, la escena del restaurante. Me encantan las metáforas, y la del faro en esta película está desarrollada y ejecutada a la perfección. Mia y Seb fungen como faros: se iluminan mutuamente y guían el camino del otro en momentos cruciales.
En aquella escena, Mia está rodeada de todo lo que compone una vida convencional, pero tan carente a nivel emocional. El hecho de que escuche esa melodía tan familiar, una que le hace recordar que hay algo más real esperándola en aquella sala de cine, es trascendental.
Siento que, en ese instante, Mia no solo elige a Sebastian, sino que también está eligiendo el camino de sus sueños, lo que su corazón realmente dicta. No se trata solo de abandonar una cita, sino de dejar atrás una versión de sí misma que ya no quiere forzarse a vivir.